No es mi costumbre copiar artículos de 3ros, pero este es uno
de los que más me ha gustado, me lo recomendaron hace unos 7 años en mi primer ciclo
de derecho y desde ese momento siempre lo recomiendo, por lo que le doy cabida
en mi blog, creo que es la segunda vez que cito un artículo de un 3ro en
este caso el señor Daniel Córdoba autor del mismo.
POR DANIEL CÓRDOVA
Imagino la relación entre la
economía y el derecho, como la de un romance entre un hombre maduro, culto, de
buen verbo, aunque con ciertos prejuicios heredados de doctrinas antiguas, el
Derecho, y una joven señorita, inteligente, seductora, racional, aunque a veces
soñadora y distante de la realidad, la economía.
El hombre maduro nació, evidentemente,
muchos siglos antes que la señorita. El paso de la prehistoria a la historia,
fue el camino hacia sociedades ordenadas sobre la base de la definición de
derechos de propiedad excluyentes y sistemas de organización definidos por
reglas que progresivamente adoptaron la forma de cuerpos legales. La formación
del derecho romano fue tal vez el proceso de adolescencia de aquel hombre maduro,
adolescencia que fue seguida de un largo periodo de lenta evolución hasta que
llegara a la adultez, no sin haber pasado, como todo joven impetuoso, por
importantes aventuras revolucionarias en Francia, el país del código
napoleónico, y alguna que otra liberalidad en los países anglosajones, ahí
donde se decidió construir el derecho, más sobre la base de la experiencia, que
en función de principios preconcebidos. Al llegar a la madurez, entonces, como suele
suceder, don Derecho tenía una doble vida. Ante la sociedad más tradicional, la
de Europa Continental y sus ex colonias, mostraba una personalidad más conservadora,
basada en las tradiciones de los grandes principios morales. Ante la sociedad más
liberal, como la anglosajona del Viejo y del Nuevo Mundo, por el contrario, se mostraba
con mayor propensión a adaptarse a la modernidad del mercado. Pero, en ambos
casos, carecía de algunas limitaciones propias de su aislamiento cognitivo.
Cuentan que hasta antes de
encontrarse con la señorita economía, el señor maduro tenía gran tendencia a
proclamar verdades absolutas en las cuales creía ciegamente y que pretendía
hacer cumplir a todos los miembros de la sociedad. La utopía de una sociedad
justa, basada en principios morales preestablecidos y hechos ley, era lo
correcto para el señor Derecho. Por el contrario, pensar en la posibilidad de
que cada uno definiera sus principios morales y que el derecho fuera
simplemente el mecanismo para permitir que los individuos pudieran convivir
sobre la base de reglas que evitaran que unos se aprovechen indebidamente de otros,
podía ser considerado inmoral o amoral. Con frecuencia, la ley basada en criterios
abstractos inspirados en tal o cual doctrina o jurisprudencia, generaba más costos
que beneficios para la sociedad. Cosa que importaba poco al jurista, a veces
más preocupado en la elegancia de su discurso –sazonada con latinazgos de ser
posible– que en las consecuencias prácticas de su accionar. Citando a Fernando
de Trazegnies, a propósito del análisis económico del derecho, “encontramos que
el derecho no puede ser pensado en abstracto, lejos de la realidad de la que se
da, aislado en medio de las nubes de un paraíso conceptual de los juristas,
como lo llamaba Hart: el derecho no es –no debe ser– una actividad intelectualmente
masturbatoria sino un coito con el mundo”. Hasta que el señor maduro conoció a
la señorita. La señorita Economía no era una niña cuando conoció el señor
maduro, pero ciertamente era mucho menor que aquel. Su padre, un brillante
intelectual escocés llamado Adam Smith, escribía en su Teoría de los
Sentimientos Morales que “cada ser humano debe primero y principalmente preocuparse
de sus intereses individuales y cada hombre es, con certeza, en todos los aspectos
más propenso y capaz de velar por sus propios intereses más que cualquier otro”.
Y en su obra cumbre, La Riqueza de las Naciones, Smith genera el primer sistema
conceptual que, en forma explícita, nos explica cómo una sociedad de individuos
o empresas que buscan satisfacer sus deseos de lucro produciendo para los
demás, generan de manera agregada, gracias a la competencia y a la división del
trabajo, más riqueza para todos.
La muchachita que nació en 1776,
con La Riqueza de las Naciones, no tuvo sin embargo una infancia fácil. Un
señor llamado Marx la maltrató de manera tan brillante que la mitad del mundo
vivió en el siglo XX bajo la influencia de sus preceptos, agobiada por sistemas
que con la coartada de la justicia social engendraron grises dictaduras que
decidían arbitrariamente qué producir y cómo producir, con los resultados que
aún podemos observar en Corea del Norte o Cuba. Paralelamente, sin embargo, en
el campo intelectual, la señorita se hizo adolescente a partir del desarrollo
de la llamada economía neoclásica que, desde fines del siglo XIX y durante la
mayor parte del siglo XX, evolucionó desarrollando formalmente algunos de los
conceptos que Smith había esbozado. Así, la teoría microeconómica llegó a su
máxima expresión con modelos abstractos de equilibrio general que nos hicieron
soñar con un mundo de competencia perfecta, en el cual todos los individuos
eran racionales y había que confiar el bienestar a la mano invisible del
mercado.
La señorita tuvo, pues, también su periodo
bohemio durante el cual dio rienda suelta a su imaginación, construyó complejos
modelos econométricos para demostrar que el equilibrio de mercado siempre era
posible dejando al mercado actuar y, si los hechos no coincidían con los
modelos, era la realidad la que estaba equivocada.
Es curioso constatar que cuando
se dio el encuentro entre la economía y el derecho, ambos se reprochaban lo
mismo de sus vidas pasadas. El prejuicio intelectual que privilegia la abstracción
inútil al análisis concreto de la realidad, los errores que se pueden cometer
por aplicar ciertos principios a la realidad mediante leyes o políticas sin
analizar objetivamente las consecuencias concretas, la ignorancia de otras
disciplinas, en fin, todo aquello que caracteriza el autismo de grupos
profesionales y que es similar al autismo de grupos políticos, religiosos o
sociales que consideran que su verdad es la verdad, que su realidad
es la realidad.
Tengo la impresión de que el
romance entre el señor culto y la señorita racional no ha sido una simple
aventurilla. Me temo que sus vidas quedarán marcadas por mucho tiempo. Desde
que se conocieron, él empezó a analizar sus decisiones sobre la base del análisis
costo-beneficio para la sociedad. Fue más allá de las consecuencias inmediatas de
los litigios para estudiar los efectos de tal o cual fallo judicial sobre el
conjunto de la sociedad. Empezó a legislar intentando anticipar el efecto de la
norma sobre el comportamiento de los individuos. La pasión ha sido tal que,
loco de amor, uno de sus exponentes, Alfredo Bullard, miembro de nuestra
Sociedad de Economía y Derecho, ha escrito que “sin duda, la economía se ha
ganado, merecidamente, el apelativo de ser la reina de las ciencias sociales”. A
pesar de los piropos, sin embargo, al encontrarse con el señor maduro, ella, la
economía, se hizo menos soñadora y puso los pies en la tierra. En realidad fue
un tío de la familia, el economista Ronald Coase, el que los presentó. Desde 1937,
este brillante tío, le había advertido a la señorita que en el mundo real, las
condiciones de la competencia perfecta eran más la excepción que la regla. Le
insistía en que, para que la demanda y la oferta se encuentren, debían superarse
una serie de barreras concretas a las que llamó costos de transacción. Al comienzo,
ella no le hacía caso. Andaba muy concentrada en sus amores platónicos con
econometristas, obnubilada con complejos modelos matemáticos. Pero un día,
hacia 1991, cuando el tío Coase ganó el Premio Nobel de Economía y, más aún, cuando
dos años después un amigo de éste llamado Douglass North recibió el mismo galardón,
las cosas empezaron a cambiar. La señorita empezó a interesarse cada vez más en
el señor maduro y la llamada Nueva Economía Institucional comenzó a desarrollarse.
Ahora la señorita ha hecho del
análisis de la influencia de las instituciones sobre la performance económica
el centro de sus preocupaciones. Se dedica a entender cómo las instituciones
formales, aquellas definidas por el marco legal y por la aplicación de las leyes,
incrementan o reducen los costos de transacción y, por ende, desincentivan o incentivan
la eficiencia económica. Le da cada vez más importancia al estudio de los derechos
de propiedad, a la forma en que son definidos y respetados en cada sociedad, encontrando
en dicho análisis nuevas fuentes de explicación del desarrollo y el subdesarrollo.
Y, más recientemente, así como ha abandonado esa costumbre de pensar en
términos de un mundo sin costos de transacción, la señorita ha abandonado el
principio según el cual debemos suponer que todos los individuos son
racionales. Ha decidido incursionar en terrenos antes reservados a la
psicología y a la ciencia cognitiva, para intentar comprender por qué algunas
sociedades adoptan sistemas de creencias, como el fundamentalismo islámico o,
Dios nos libre, el etnocacerismo, que esencialmente son incompatibles con el desarrollo
de la economía de mercado. A la señorita no le basta con haber coqueteado con
el mundo de las instituciones formales, el mundo del derecho. Ahora está
también dedicada a explorar el complejo mundo de las instituciones informales,
aquellas que exploran el conjunto de factores que, agrupados bajo el término
“cultura”, afectan positiva o negativamente la capacidad de una sociedad para
desarrollarse. La señorita no le promete pues fidelidad al señor maduro, cosa
que estamos seguros no será óbice para que éste siga crecientemente seducido
por ella y, gracias a ello, la alimente de enseñanzas. Es más, es posible que,
como suele suceder, el coqueteo con terceras disciplinas acreciente, de puros
celos, el interés del derecho por lo que descubra la economía en sus aventuras
con otras disciplinas.
Con esta historia creo estar
resumiendo la filosofía que funda este trabajo conjunto entre las Facultades de
Economía y de Derecho que, con el lanzamiento de esta Revista, adopta la forma
de un compromiso más serio. Estamos así pasando de la aventurilla esporádica de
los seminarios de Economía y Derecho, a los textos que, en forma trimestral,
tendremos que poner a disposición de todos ustedes. La idea es aplicar el
análisis económico del derecho y la nueva economía institucional a nuestra realidad.
La idea es contribuir con el esfuerzo para comprender mejor el origen de nuestros
problemas económicos a fin de contribuir con su mejor solución. La idea, finalmente,
es sumarnos al esfuerzo de difusión con la finalidad de que la población entienda
e interiorice los conceptos clave de la economía de mercado, en lugar de rechazar
la economía de mercado, como lamentablemente está sucediendo en muchos de los
países de la región. Permítanme terminar con un comentario que tiene que ver
con este rechazo a la economía de mercado que observamos hoy en sectores de
nuestra sociedad y en países como Bolivia, Venezuela y Argentina. Hemos
incluido este evento como parte del mes de la responsabilidad social, el cual
está promovido por la red de responsabilidad social de la cual formamos parte.
Esto fundamentalmente por dos motivos. En primer lugar porque consideramos que
es nuestra responsabilidad como académicos tratar de difundir en el más claro
idioma posible conceptos que creemos son los adecuados para promover reglas de
juego y actitudes que generen un entorno favorable a la inversión y al
bienestar. Parte de nuestra responsabilidad social es la de tender puentes y
dejar de predicar entre conversos. Esperamos que la revista nos ayude en ese
sentido. En segundo lugar, hemos vinculado el nacimiento de la revista con el
mes de la responsabilidad social porque consideramos que, así como muchas ONG
acertadamente están promoviendo el concepto de responsabilidad social entre el
sector empresarial, es fundamental que paralelamente seamos capaces de promover
la responsabilidad económica de la sociedad. Del mismo modo que una empresa que
no respeta su entorno social y ambiental, difícilmente podrá ser una empresa
viable en el largo plazo, una sociedad que se deja seducir por la demagogia
disfrazada de discurso social o ecológico, y rechaza la inversión privada sin
argumentos sólidos, es una sociedad sin responsabilidad económica.
Así como el señor Derecho se dejó
seducir por la señorita Economía, así como la economía puso los pies en la
tierra cuando empezó a interactuar con el derecho, es nuestro deber seducir a
los escépticos del mercado, convenciéndolos de la importancia de tener
instituciones sólidas, reglas claras y estables, para favorecer la inversión
privada y así lograr una sociedad capaz de generar más bienestar para cada individuo
y, por agregación, para la sociedad en su conjunto.
“Cuando Economía Sedujo Derecho"